Aunque
llevo ya bastante tiempo que me limito a tocar la bicicleta cuando
estoy lesionado y dicha situación tiene pinta de ir para muy largo,
es cierto que mantengo el contacto con algunos de los compañeros con
los que he compartido algunos kilómetros dando pedales por las
carreteras y caminos zamoranos. Algunos comparten mi afición con
esto de la carrera a pie, mientras que otros se dedican “en
exclusiva” a la bicicleta. También tengo varios conocidos dentro
del mundillo del atletismo que suelen utilizar la bicicleta, al igual
que suelo hacer yo, cuando alguna molestia les impide calzarse las
zapatillas. Cuando me encuentro con algunos de los compañeros que se
dedican solo a dar pedales, muchos suelen recurrir a ciertas
preguntas del estilo “¿y la bicicleta dónde está?”. También
suelen estar los comentarios (que, por cierto, no me hacen ninguna
gracia, las cosas como son) de “déjate de correr tanto y vuelve a
montar en bicicleta”, alegando que a lomos de un sillín se viven
experiencias que corriendo no se pueden experimentar. Curioso
comentario, sobre todo cuando viene de gente que nunca ha salido a
correr. Hoy me gustaría dedicar la entrada del blog al motivo por el
cual prefiero hacer kilómetros corriendo y no en bicicleta, y por
qué no acaban de gustarme esos comentarios.
Ya
he comentado en alguna ocasión que, cuando comencé en esto del
atletismo, yo era más bien un “ciclista aficionado al atletismo”.
Si bien nunca llegué a competir en el mundillo de las dos ruedas,
algo de lo que ahora me alegro enormemente, aunque entonces mi
objetivo era llegar a tener un dorsal en el maillot, con el paso del
tiempo mis preferencias han ido cambiando. Poco a poco, con el paso
del tiempo, me fui dando cuenta de que donde más disfrutaba era con
las zapatillas. Ésto, más o menos, podría decirse que fue a lo
largo del año 2011, aunque en torno a 2013 ó 2014 estuve unos meses
alternando (dentro de la temporada atlética) alguna que otra salida
suelta en bicicleta (nunca más de un día a la semana), con los
entrenamientos corriendo. Aunque, es cierto, por entonces mi
prioridad a nivel deportivo ya estaba clara: era el atletismo.
Durante alguna semana de 2013 y de 2014 (siempre hablando dentro de
la temporada atlética) estuve saliendo un día semanal y cinco
corriendo. Pero, como digo, fue durante alguna semana, luego acabé
volviendo a mis seis días semanales de carrera a pie. Durante los
veranos seguía alternando bicicleta con sesiones de natación, algo
que hice hasta que en 2015, tras una semana así, me planté y dije
que quería seguir corriendo también en el mes de julio. Así hice.
Y, desde entonces, prácticamente solo he pedaleado cuando mi cuerpo
no me ha permitido correr y no con todas las lesiones.
Actualmente
me considero atleta. Sigo algo el ciclismo a través de la televisión
o de las revistas “Ciclismo a Fondo” y “Bicisport”, pero
tampoco demasiado. A nivel de práctica, me centro en correr. ¿Y por
qué prefiero las zapatillas? La verdad que, con la experiencia de
haber alternado ambos deportes y de haber estado durante unos cuantos
meses el año pasado saliendo en bicicleta más de lo habitual debido
a la lesión que tuve en el tendón de Aquiles, he llegado a la
conclusión de que aquello que tantas veces me han dicho mis amigos
ciclistas de que “es que corriendo se viven experiencias que
corriendo no se ven” en mi caso no acaba de funcionar. Disfruto
como un enano corriendo por el bosque de Valorio o por la orilla del
Duero. Me encanta. Sin embargo, las salidas en bicicleta, por un
lado, se me hacen largas, no las disfruto tanto como corriendo. No
tengo ninguna “experiencia paranormal” (qué mal suena esto...)
que me atraiga hacia las dos ruedas más que hacia la carrera a pie.
No. Las zapatillas tienen un “algo” que provoca que el simple
hecho de calzarlas y salir a correr me saquen una sonrisa. Será que,
después de tantas lesiones, haya acabado relacionando la bicicleta
con lesiones. No lo sé, pero seguro que algo ha tenido que ver.
Tampoco me atrae especialmente el tema de ponerme a subir puertos,
algo que, según mis compañeros ciclistas, es algo que engancha. No
me llama absolutamente nada la atención ya no irme a subir los
famosos Tourmalet, Aubisque o Mortirolo (aunque de este último
tenemos nuestra “réplica” en Zamora, pues así se bautizó a la
famosa “uve” de la Nacional por la zona de Muelas del Pan y que,
en su día, fue un lugar habitual para las tiradas largas de los
maratonianos zamoranos), sino que ahora me resulta largo hacer la
vuelta a Villalcampo, ya no sé si por motivos físicos (no me veo
preparado para hacerla) o simplemente por no tener ganas de ponerme a
dar pedales.
Respecto
a los comentarios que muchas veces se nos hace a los corredores
acerca de que dejemos de tanto correr y nos pasemos a la bicicleta (o
comentarios parecidos), la verdad es que yo soy de los que gracia,
más bien poca.. Muchos, por suerte la mayoría, suelen hacerlo desde
la parte más humorística y al final, comprenden que ésto es
cuestión de gustos y que cada uno podemos practicar nuestro deporte
disfrutándolo, sin más, y con los que se pueden compartir
experiencias vividas, cada uno en su deporte, y siempre, por suerte,
se acaba aprendiendo algo. Uno habla de las bicicletas y el otro de
las zapatillas y pueden salir conversaciones de lo más instructivas
(doy fe de ello, me ha pasado en varias ocasiones). Me ha pasado
incluso en grupos de ciclistas “curtidos”. Pero siempre hay
alguno que insiste constantemente en las grandes bonanzas que tiene
el ciclismo (que no digo yo que no las tenga), pero con cierto tono
despectivo hacia el atletismo. Los motivos alegados van desde las
velocidades que te permite alcanzar la bicicleta (aunque, para que
gente como yo, que somos tirando a paquetes, éstas tienden a ser
bastante reducidas, las cosas como son) hasta lo que, según ellos,
se puede vivir al llegar a ciertos sitios, lo que comentaba de subir
puertos, el ir a rueda o metido en un pelotón… Yo para nada cambio
lo que he vivido en los crosses que he corrido, cuando ves que vas
metido en un grupo corriendo a 3'30 y se empiezan a dar cambios de
ritmo, o vas metido ahí y ves que como te quedes rezagado, te vas a
dar la paliza del año. Lo mismo en las pruebas populares. Se me
viene una imagen a la cabeza de una edición de la carrera de El
Salvador, creo que el primer año que corrí la prueba Absoluta,
cuando íbamos un grupo cuatro o cinco atletas y por detrás otro
recortando cada vez más. La sensación de ir metido ahí intentando
que los de atrás no os cogieran, y una vez que ya estaban con
nosotros, el salir a por mi buen amigo Quique para que pudiera llegar
lo más cerca de él y ver cómo me iba sacando de punto con el paso
de los metros… O de ir rodando con un buen grupo de atletas
zamoranos por el barrio de Olivares e ir metiendo cada vez un punto
más, un punto más, otro… hasta acabar corriendo a 3'30… Ésto
ha sido lo que más me ha enganchado al atletismo.
Merece
un comentario aparte el famoso “correr es de cobardes”, que se
dice en tantas ocasiones. Hasta hace unos años, correr no era una
moda como lo es ahora, sino que no era algo habitual y los cuatro que
lo hacían eran “raros” o, como una vez leí (me hizo cierta
gracia), “sospechosos”, no se sabía de qué, pero “sospechosos”.
Y cierto que, por un lado, este comentario suele hacerse en tono
humorisitco y que, por otro (y sacando punta y de quicio las cosas),
correr suele ser una reacción de los más normal cuando uno tiene
miedo, pero creo que a la mayoría de los atletas no nos gusta ese
comentario. No sé, pero se da la casualidad de que, hablando con
conocidos, no suele ser un comentario demasiado bien recibido, al
menos con quien he hablado. No voy a reproducir la respuesta que en
alguna ocasión se ha llevado más de uno, porque, la verdad, es un
poco “fuerte” y tampoco es plan de meterse uno en líos
innecesarios, pero no suele ser bien recibido. A nivel personal, y
como creo que ha quedado claro, no me dicen nada frases del tipo “es
que llegar arriba de un puerto no lo vives corriendo” (que se lo
digan a los que corrieron en su día la subida a la laguna de los
peces de Sanabria o a los que van a correr hasta la cima del Angliru)
o “donde llegas en bicicleta no llegas corriendo”.
Sí
es cierto, y cambiando un poco, que andar en bicicleta y correr son
deportes complementarios. Un ciclista, una vez finalizada su
temporada, puede utilizar las zapatillas para mantener un poco la
forma, siempre y cuando sepa dosificar el esfuerzo en los primeras
días. No olvidemos que una persona acostumbrada a salir en bicicleta
tiene mucho fondo y a la hora de ponerse a correr juega con esa
ventaja, pero con el inconveniente de que viene de un deporte en el
que no hay impacto, y juntar un esfuerzo físico prolongado (porque
no se va a cansar) con muchos impactos en un cuerpo que no está
acostumbrado acaba en lo que no queremos: lesión. Por otro lado, a
un atleta la bicicleta le viene bien precisamente por ser un deporte
en el que no hay impacto y entre una temporada, cuando se está
lesionado e incluso en alguna ocasión puntual dentro de la temporada
viene muy bien para que la pérdida de forma no sea tan brusca y el
regreso a los entrenamientos sea algo más llevadero. Por éso, creo
que son deportes compatibles.
Ahora
bien, quiero dejar claro que mi objetivo hoy no ha sido, ni mucho
menos, criticar al mundo del ciclismo a nivel usuario. Ni mucho
menos. Solo he querido expresar mi opinión acerca de un tema que,
dicho sea de paso, he comentado con otros atletas aficionados también
a utilizar la bici, pero cuyo deporte principal es el atletismo y
que, casualidad o no, también les ha ocurrido en alguna ocasión. Al
menos en lo que a mi respecta, la gente con la que he salido a hacer
unos kilómetros corriendo, si bien compartimos la idea de que el
ciclismo requiere de mucho más tiempo que correr a la hora de salir
a hacer unos kilómetros, no he escuchado nunca ningún comentario
del tipo “déjate de tanto salir en bicicleta y dedícate más a
correr”. Incluso he escuchado ánimos de unos corredores a otros
para salir en alguna ocasión a hacer kilómetros a base de pedales.
Quizá, otro punto a favor del atletismo, no lo sé. Pero bueno, a lo
que iba. No quiero que esto suene a crítica hacia un deporte como el
ciclismo, donde creo que tampoco me lo he pasado mal, sobre todo
desde que empecé a andar más en bicicleta de carretera (el ciclismo
jamás de los jamases se me ha dado bien, pero el de montaña
muchísimo menos, quizá por eso he disfrutado más con “la
flaca”). Por eso y porque aun conservo muchas amistades de mis
compañeros “bicizamoranos” (cuando he estado lesionado y aun no
hacía para salir en maillot corto, he utilizado la chaqueta que
tengo de la asociación, porque me resulta bonita, se ve bien sobre
asfalto y porque, aunque no sea socio, las pocas veces que salgo me
sigo sintiendo un socio más, pues lo fui desde bien pequeño hasta
hace un par de años) y porque, además, tengo familiares ciclistas…
y muchas anécdotas de las salidas de los miércoles.
Nos
vemos… haciendo deporte, claro.